Durante meses no paró de llorar, pero nadie pudo ver una lágrima, porque las mismas se perdieron en su propio mar de dolor. No encontraba motivación para despertarse en las mañanas, detestaba el sonido de su celular que hacía las veces de despertador. Las noches en su cama eran eternas y para nada placenteras. Siempre le gustó vagar por la noche sin rumbo, aunque lo más profundo de su subconsciente buscaba algún lugar en el cuál refugiarse, lugar que nunca encontró. Las noches se volvieron más oscuras. Sus sueños se ahogaron. Su alma se desgarró. La soledad se encargó de consumir sus latidos. Su sonrisa se fue tan lejos como sus ganas de vivir.
Las autopsias dirán que ella se quito la vida. Pero a su vida se la habían robado hace rato. La consumación de la muerte solo borró el sufrimiento en su mirar. Habría que preguntarse si alguien pudo detectar su sufrimiento. Habría que preguntarse si alguien pudo realmente conocerla.