jueves, 21 de julio de 2011

Cosas

Octubre. Él se levantó extrañamente temprano, sin recordar que pasó la noche anterior. Desayunó y salió. La mañana era húmeda, espantosa. No sabía como carajo desempañar el vidrio del auto. De una manera u otra, llegó al consultorio. Sesión semanal de masajes. Relax, nuevas energías. Al salir decidió ir a desayunar de vuelta. Pidió un cortado y un alfajor con avellanas. Se tomó su tiempo para disfrutar del alfajor dejando florecer su espíritu goloso, yendo en contra de las recomendaciones de su médico de cabecera. El sobrepeso lo tiene a mal traer hace años.

Acto seguido, tomó la autopista y salió de la ciudad. El paisaje no tardó en cambiar. Árboles, pasto, mesas de madera, rusticidad al mango; ausencia de progres, retrógrados, críticos, machistas, fascistas y demás intentos de conocedores de los pormenores de la vida: esas cosas que a veces hacen falta. Un par de horas más tarde, se detuvo en uno de esos lugares donde los viajantes paran para picar algo y descansar un rato. Un cigarrillo entró en escena. Dos minutos después, compró jugo en la estación de servicio que estaba al lado de las mesas. Regreso a una de ellas, sacó un táper con lengua a la vinagreta y un paquete de pan lactal. El elixir de las cosas simples y al mismo tiempo el elixir de escapar de la rutina: aquella que asesina a mano descubierta al placer. Ese placer impagable de pensar, hacer y/o decir lo que se le cante, sustentado en la majestuosa certeza de que no haya nadie que, al menos en ese momento, le salga con un martes 13, o lo que sea.