"Sábado, cinco de la tarde: Juliana y Marcos se encuentran en una mesita al sol en un bar de algún barrio porteño. Ella pide un café, él una cerveza. Empiezan a charlar.
El final era anunciado. La relación venía boyando hace varios meses. Ella estaba cansada de su irritante parsimonia. Él ya no toleraba su histeria. Media hora después de que el mozo sirva el pedido, cuatro años de vivencias, proyectos y sueños quedaron en el billete de dos pesos que él dejó como propina."
El derrumbe de una relación en la que uno pone lo mejor de sí conlleva (en el mejor de los casos) un período de adaptación al nuevo escenario que la vida te pone enfrente, que no suele ser sencillo de abordar. Como dice un tema de Coldplay, "the hardest part was letting go, not taking part". Traducido, la parte más difícil de este proceso suele ser dejar atrás el viejo escenario, aprender a tenerlo en la mente como una parte del pasado, pero no anclarse en él y tratar de arreglarlo, operación cuya dificultad suele ser similar a la de jugar al billar con un hilo dental en lugar de un taco.
Dejamos atrás el pasado, perfecto. ¿Dónde vamos ahora? No hay donde ir. Vuelta al pasado.
No hay que asustarse, es parte del proceso. Hay un viejo refrán que dice que se ve mejor del lado de afuera hacia adentro que del lado de adentro hacia afuera.
Y llegar a ubicarse afuera implica tiempo, el que cada persona necesite para hacer su duelo y seguir adelante, con la proa en el norte y la cruz en el sur. La cruz siempre va a estar atrás nuestro, siguiéndonos. Por eso hay que ir hacia el norte, bajo toda circunstancia; nunca dejar que nos alcance, aunque sepamos que en algún momento lo va a hacer.
Quedó y quedará sin respuesta el asunto de hacia dónde ir. Será cuestión de romper el costurero, y salir a descoser.
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