Cuatro años,
un mes, tres días, doce horas. En el reino de las distracciones uno se permitía
ser más ingenuo. Los días empezaban más tarde. Los días empezaban. Gestos cargados
de infame parafernalia provistos por un idiota de poca monta se destinaban a
calumniar a una zona por sus características peculiares.
A primer
golpe de vista era una zona muy oscura, al segundo uno se enceguecía con su luz
propia. El deambular nos permitió encontrar el punto medio entre los extremos
mencionados, conocer las historias que esconden cada recoveco de esta pequeña
ciudad.
El mecanismo
de los prejuicios tiende a crear diferencias inexistentes entre lo propio y lo
ajeno, lo interno y lo externo. En este sentido, cabe admitir que en ese
entonces prejuicios, distracciones e ingenuidades distorsionaban mi visión de
lo propio. De esta manera, argumentos falaces se convertían en la base de la
justificación de las similitudes, diferencias, conexiones e inconexiones con lo
ajeno. Mi ciudad “no tenía nada que ver” con la pequeña ciudad. En realidad no
era tan así.
Supongo que
para conocer estos mecanismos no existe mejor manual que el de las marcas en la
piel y el cansancio en las piernas. Hace un tiempo que no visito la ciudad en
cuestión. Debería visitarla para ver si está oscura, o más brillante.