lunes, 4 de junio de 2012

Distracciones


Cuatro años, un mes, tres días, doce horas. En el reino de las distracciones uno se permitía ser más ingenuo. Los días empezaban más tarde. Los días empezaban. Gestos cargados de infame parafernalia provistos por un idiota de poca monta se destinaban a calumniar a una zona por sus características peculiares.
A primer golpe de vista era una zona muy oscura, al segundo uno se enceguecía con su luz propia. El deambular nos permitió encontrar el punto medio entre los extremos mencionados, conocer las historias que esconden cada recoveco de esta pequeña ciudad.
El mecanismo de los prejuicios tiende a crear diferencias inexistentes entre lo propio y lo ajeno, lo interno y lo externo. En este sentido, cabe admitir que en ese entonces prejuicios, distracciones e ingenuidades distorsionaban mi visión de lo propio. De esta manera, argumentos falaces se convertían en la base de la justificación de las similitudes, diferencias, conexiones e inconexiones con lo ajeno. Mi ciudad “no tenía nada que ver” con la pequeña ciudad. En realidad no era tan así.
Supongo que para conocer estos mecanismos no existe mejor manual que el de las marcas en la piel y el cansancio en las piernas. Hace un tiempo que no visito la ciudad en cuestión. Debería visitarla para ver si está oscura, o más brillante.

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