jueves, 22 de septiembre de 2011

Parallel Universe

Domingo. Nueve de la noche. Las luces se apagan, seis tipos (de los cuáles la mayoría de la gente registra solamente a cuatro, quizás tres) se suben al escenario y, sin saludar al público, cuál monarcas, empiezan a tocar. El efecto utilizado sobre la voz del cantante en los versos del primer tema confunde a algunos desprevenidos. Mientras tanto, uno siente que lo que está experimentando con todos sus sentidos no es real, pero no piensa demasiado en ello y se deja llevar por los siguientes cien minutos. Por más que hubiese querido, no podía parar con la locura que le provocaba lo que pasaba arriba del escenario. El cantante me habla de Charlie. Minutos después me doy cuenta que estaba lejos de lo cotidiano, estaba en otro sitio. Miraba a mi alrededor, no podía encontrar a Dani, probablemente se quedó debajo del puente. Me aconsejaron que para fabricar fe me es conveniente deshacerme de mi televisión. Algo de razón tienen, me la pasaba viendo las aventuras de Maggie y Justo a tiempo. ¡Qué desperdicio! Nuestra sangre necesita azúcar, sexo y magia para poder elevarnos. No podemos vivir de los que nos quiere vender Hollywood. A propósito, los tipos llevan un tiempo dando el show de esta noche y consideran pertinente un brevísimo descanso.
Luego del descanso y un pasaje percusivo, el cantante nos ordena bailar como si estuviéramos en un universo paralelo, para sacar la basura terrenal afuera. La descarga es enorme. El nivel de satisfacción, inmenso. El cantante considera que la misión está cumplida y se retira. Minutos después hace lo mismo el resto de la banda. Pasado todo, había que volver a lo terrenal. En el fondo, pienso que ellos de alguna manera me cuidan. Por eso no me dejan estar tanto tiempo en su universo. Para que después la vuelta a donde uno pertenece no sea tan dura.

domingo, 11 de septiembre de 2011

Ojos Rosas

Eligió salir vestido íntegramente de azul, con la excepción de sus zapatillas blancas. Al llegar a la disco, se encontró con un escenario extraño. El DJ disparaba sonidos provenientes de una flauta sampleada. Las paredes del lugar estaban decoradas con diversas flores que apenas se podían distinguir en la oscuridad de la fiesta.
El juego de luces también provocaba lo suyo. Mientras la mayoría de las féminas parecían tener ojos rosas, el techo del mismo parecía un enorme cielo azul, tan azul como su vestimenta. Esa noche de enero la temperatura era muy alta. La disco parecía un sauna.
Tiempo después, el sonido de flauta sampleada dejó lugar a un tecno con tracción a sangre, donde él dejo su ego en un trago de Gin & Tonic para bailar en forma desenfrenada, alocada…ustedes entenderán. Para algunos sería un goce triste, pero él disfrutaba de olvidarse por un rato de sus campos mentales, con los problemas de cada una de las estancias de responsabilidades, vacíos y anhelos.
En forma confusa, él empezó a sustituir el aroma a humo filtrado con porro típico de estos lugares por otro que en ciertas circunstancias termina siendo mucho más insano, planteo que nuestro protagonista no tenía la capacidad y el deseo de realizar en ese momento.
Este cambio en el principio-guía de su olfato probablemente haya alterado la concatenación de hechos subsiguientes que le tocó vivir. Lo único de lo que hay certezas es que después de una noche tan azul, el amaneció naranja.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Los caminos del viento

Visión 360º. Luz de luna. Sueños interminables. El viento derrocha en caricias mientras la navegación se torna cada vez más profunda. Una mezcla de adrenalina y locura nos alienta a cantarle falta envido y truco a la noche. El mar se calma. El agua es néctar. Las estrellas sonríen rabiosas. El cielo se disfraza en forma empalagosa. Los átomos se contraen. Las pulsaciones aumentan. El eje del planeta se ve alterado por los cambios en su composición material.
Mientras tanto, vos, tan rojo como molesto, te hacés escuchar cada vez más. No me dejás descansar, seguís tu libre albedrío, encajonando al raciocinio con el solo motivo de tu descarada rebeldía.

sábado, 3 de septiembre de 2011

La Generación Dorada

Año 2002. Quién escribe llevaba dos años jugando al básquet, y ya hace rato era una parte importante de mi vida. El mundial se jugaba en Indianápolis, Estados Unidos. Dada su condición de local, el seleccionado estadounidense tomaba en serio la competencia y armaba un equipo NBA. Como era de esperar, en el inicio de la competencia se mostraba como una escuadra demoledora. Argentina, por su parte, con un equipo conformado por unos pocos veteranos y muchos jugadores jóvenes, alteraba victorias y derrotas y avanzaba en la competencia. Después de la victoria en octavos de final (no recuerdo contra quién) me enteraba de la peor noticia. En cuartos nos tocaba el monstruo, el invencible, encima de local: Estados Unidos. Yo (como todos los entendidos del tema en ese momento) ya imaginaba al equipo jugando por el quinto puesto. Pero ocurrió lo impensado. Argentina le ganó a los stars NBA, mostrándoles que al básquet se juega con el corazón y en equipo. Después, en la semifinal contra Alemania (comandada por uno de los mejores jugadores de la última década, Dirk Nowitzki) Manu Ginóbili, nuestro as de espadas, se lesionaba, pero el equipo no decayó y en un partido para el infarto, llegó a la final. La final contra Yugoslavia tampoco fue apta para cardíacos. Sin Manu por lesión, nuestro combinado disputó un reñido partido en el que un polémico fallo de un árbitro griego nos privó de ganar en tiempo reglamentario y nos mandó a un suplementario, donde la categoría de Stojakovic y Bodiroga fue demasiado para nuestra selección, que debió “conformarse” con el segundo puesto.
Quizás el destino quiso que estos jugadores lleguen al Olimpo dos años más tarde, precisamente en los Juegos Olímpicos celebrados en Atenas en 2004. El primer partido fue contra Serbia y Montenegro, es decir, el equipo yugoslavo que nos ganó en la final del 2002. Esa noche Argentina ganó con un doble sobre el final inolvidable de Ginóbili, que tiempo después fue utilizado en un famoso comercial. Pero luego vendrían un par de derrotas en la primera fase, y tras el dure cruce con nuestro archirrival Brasil en cuartos nos volveríamos a cruzar con Estados Unidos. Pero para ese entonces, Manu ya se había acostumbrado a pintarles la cara noche a noche en la NBA (de hecho, ya tenía el primero de los tres anillos de campeón que obtuvo con los San Antonio Spurs) y bajo su comando a Argentina no le tembló el pulso para ganarles de nuevo. La final contra Italia fue una exhibición y así, nació el mote de la Generación Dorada. En ese momento cualquier término quedaba chico. Ver a esos jugadores, con los que uno se había identificado hace rato, colgarse la medalla de oro no tenía precio. Habían hecho historia.
Lejos del conformismo, ellos fueron por más. La semifinal del mundial Japón 2006 la recuerdo como si fuera hoy. Me estaba yendo de vacaciones, por lo cuál la vi desayunando en una estación de servicio en algún pueblo del interior de la provincia (de Bs. As.). Fue un partido palo y palo contra España, y terminamos perdiendo 74-73, porque el aro, el destino o lo que sea no quiso que ese tiro de tres del Chapu Nocioni entre.
En los Juegos Olímpicos de Beijing en el 2008 también se llegó a semifinales, pero con Manu lesionado un aceitado equipo estadounidense (con figuras como Lebron James, por ejemplo) fue demasiado para nuestra selección. Sin embargo, al día siguiente la selección sacó ese juego al que ya estábamos acostumbrados y sacó de la cancha a Lituania, para traernos una nueva medalla.
Hoy, nueve años después de esa primer gran gesta, muchos de esos mismos jugadores están transpirando en Mar del Plata para llegar a los juegos de Londres del año que viene. Pero todo tiene su costo. Algunos de esos jugadores, como Fabricio Oberto y Leo Gutiérrez tienen problemas cardíacos. A mi no me sorprende, porque ellos de verdad dejaron el corazón en la cancha.