sábado, 3 de septiembre de 2011

La Generación Dorada

Año 2002. Quién escribe llevaba dos años jugando al básquet, y ya hace rato era una parte importante de mi vida. El mundial se jugaba en Indianápolis, Estados Unidos. Dada su condición de local, el seleccionado estadounidense tomaba en serio la competencia y armaba un equipo NBA. Como era de esperar, en el inicio de la competencia se mostraba como una escuadra demoledora. Argentina, por su parte, con un equipo conformado por unos pocos veteranos y muchos jugadores jóvenes, alteraba victorias y derrotas y avanzaba en la competencia. Después de la victoria en octavos de final (no recuerdo contra quién) me enteraba de la peor noticia. En cuartos nos tocaba el monstruo, el invencible, encima de local: Estados Unidos. Yo (como todos los entendidos del tema en ese momento) ya imaginaba al equipo jugando por el quinto puesto. Pero ocurrió lo impensado. Argentina le ganó a los stars NBA, mostrándoles que al básquet se juega con el corazón y en equipo. Después, en la semifinal contra Alemania (comandada por uno de los mejores jugadores de la última década, Dirk Nowitzki) Manu Ginóbili, nuestro as de espadas, se lesionaba, pero el equipo no decayó y en un partido para el infarto, llegó a la final. La final contra Yugoslavia tampoco fue apta para cardíacos. Sin Manu por lesión, nuestro combinado disputó un reñido partido en el que un polémico fallo de un árbitro griego nos privó de ganar en tiempo reglamentario y nos mandó a un suplementario, donde la categoría de Stojakovic y Bodiroga fue demasiado para nuestra selección, que debió “conformarse” con el segundo puesto.
Quizás el destino quiso que estos jugadores lleguen al Olimpo dos años más tarde, precisamente en los Juegos Olímpicos celebrados en Atenas en 2004. El primer partido fue contra Serbia y Montenegro, es decir, el equipo yugoslavo que nos ganó en la final del 2002. Esa noche Argentina ganó con un doble sobre el final inolvidable de Ginóbili, que tiempo después fue utilizado en un famoso comercial. Pero luego vendrían un par de derrotas en la primera fase, y tras el dure cruce con nuestro archirrival Brasil en cuartos nos volveríamos a cruzar con Estados Unidos. Pero para ese entonces, Manu ya se había acostumbrado a pintarles la cara noche a noche en la NBA (de hecho, ya tenía el primero de los tres anillos de campeón que obtuvo con los San Antonio Spurs) y bajo su comando a Argentina no le tembló el pulso para ganarles de nuevo. La final contra Italia fue una exhibición y así, nació el mote de la Generación Dorada. En ese momento cualquier término quedaba chico. Ver a esos jugadores, con los que uno se había identificado hace rato, colgarse la medalla de oro no tenía precio. Habían hecho historia.
Lejos del conformismo, ellos fueron por más. La semifinal del mundial Japón 2006 la recuerdo como si fuera hoy. Me estaba yendo de vacaciones, por lo cuál la vi desayunando en una estación de servicio en algún pueblo del interior de la provincia (de Bs. As.). Fue un partido palo y palo contra España, y terminamos perdiendo 74-73, porque el aro, el destino o lo que sea no quiso que ese tiro de tres del Chapu Nocioni entre.
En los Juegos Olímpicos de Beijing en el 2008 también se llegó a semifinales, pero con Manu lesionado un aceitado equipo estadounidense (con figuras como Lebron James, por ejemplo) fue demasiado para nuestra selección. Sin embargo, al día siguiente la selección sacó ese juego al que ya estábamos acostumbrados y sacó de la cancha a Lituania, para traernos una nueva medalla.
Hoy, nueve años después de esa primer gran gesta, muchos de esos mismos jugadores están transpirando en Mar del Plata para llegar a los juegos de Londres del año que viene. Pero todo tiene su costo. Algunos de esos jugadores, como Fabricio Oberto y Leo Gutiérrez tienen problemas cardíacos. A mi no me sorprende, porque ellos de verdad dejaron el corazón en la cancha.

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