Domingo. Nueve de la noche. Las luces se apagan, seis tipos (de los cuáles la mayoría de la gente registra solamente a cuatro, quizás tres) se suben al escenario y, sin saludar al público, cuál monarcas, empiezan a tocar. El efecto utilizado sobre la voz del cantante en los versos del primer tema confunde a algunos desprevenidos. Mientras tanto, uno siente que lo que está experimentando con todos sus sentidos no es real, pero no piensa demasiado en ello y se deja llevar por los siguientes cien minutos. Por más que hubiese querido, no podía parar con la locura que le provocaba lo que pasaba arriba del escenario. El cantante me habla de Charlie. Minutos después me doy cuenta que estaba lejos de lo cotidiano, estaba en otro sitio. Miraba a mi alrededor, no podía encontrar a Dani, probablemente se quedó debajo del puente. Me aconsejaron que para fabricar fe me es conveniente deshacerme de mi televisión. Algo de razón tienen, me la pasaba viendo las aventuras de Maggie y Justo a tiempo. ¡Qué desperdicio! Nuestra sangre necesita azúcar, sexo y magia para poder elevarnos. No podemos vivir de los que nos quiere vender Hollywood. A propósito, los tipos llevan un tiempo dando el show de esta noche y consideran pertinente un brevísimo descanso.Luego del descanso y un pasaje percusivo, el cantante nos ordena bailar como si estuviéramos en un universo paralelo, para sacar la basura terrenal afuera. La descarga es enorme. El nivel de satisfacción, inmenso. El cantante considera que la misión está cumplida y se retira. Minutos después hace lo mismo el resto de la banda. Pasado todo, había que volver a lo terrenal. En el fondo, pienso que ellos de alguna manera me cuidan. Por eso no me dejan estar tanto tiempo en su universo. Para que después la vuelta a donde uno pertenece no sea tan dura.
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