Situaciones aisladas, literalmente. La imposibilidad de ver la luna en una noche que parece no poder parar, lamentablemente. El deseo insatisfecho de encontrar un refugio celestial ante una feroz tormenta de preguntas sin respuestas. El anhelo de explotar de una manera saludable. La limpieza exagerada del vacío existencial. El arte de la destrucción de los sueños. Campanas que ya no suenan. Quizás nunca sonaron. Colores que se vuelven imperceptibles. Palabras que ahora forman parte del olvido. Depresión anunciada. Telarañas emocionales. Un misticismo idiota y la entrega de noches sin sentido, lamentos y reproches. Observaciones inoportunas. Paredes físicas y digitales que narran historias.
La tormenta se desató en todos sus sentidos, y los ciento sesenta y cinco centímetros de hermosa miseria que nos pueden salvar se olvidaron de nuestra finita existencia.
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